[Encontré en mi compu un par de relatos de días pasados, que aparentemente me olvidé de publicar, como éste, escrito el 26 de agosto. Un día nublado y bajoneante.]
Mi piano es un somnífero. Llevo 15 minutos tocando y ya me agarró un sueño bárbaro.
No sabía bien qué hacer (todas mis pequeñas piezas y
estudios fáciles me tienen cansada), así que agarré una pequeña obrita, Bartok
17, sobre la cual estuve trabajando relajar la mano izquierda, que se tensa
como una garra en ESA obra en particular; en otras está más relajada. ¿Quién
entiende cómo funciona el cerebro? XD
Paro para escribir y hacerme un café. Estoy despierta
desde las 7 am, cuando me levanté para ir a clases… y no pude. Ya desde anoche
que no quería salir, la idea me disgustaba un montón. Pese a eso me levanté y
me empujé a prepararme, pero cuando estaba a medio vestirme me agarró la
angustia. Me quedé hecha un bollito en el futón, sobre una almohada, triste,
muy triste por no haber podido ir a clases.
Cuando estaba muy, muy enferma, en mi gran bajón de 2013, me venían estas crisis muy seguido. El año pasado fueron menos (pero todavía numerosas) y este año fueron menos hasta ahora, pero estas últimas semanas estoy más inestable.
Cuando estaba muy, muy enferma, en mi gran bajón de 2013, me venían estas crisis muy seguido. El año pasado fueron menos (pero todavía numerosas) y este año fueron menos hasta ahora, pero estas últimas semanas estoy más inestable.
Estos episodios consisten en que yo tengo que salir para
algún lugar. No tengo ni las más mínimas ganas… ¿o sí? Es una de las cosas más
raras con que me toca lidiar en esto de tener depresión: quiero ir y no quiero.
Los motivos por los que quiero ir suelen tener que ver con el sentimiento de
deber cumplido, la lógica de estar estudiando X cosa por mi propia elección, y
otras cosas que pueden variar según la clase en particular. Pero a la vez, la
idea de salir me genera mucha angustia. Todo parece difícil: desde arreglarse hasta
salir a la calle, caminar hasta el colectivo, pedir el boleto al chofer, llegar
a clase, estar en clase (lo cual requiere de atención y esfuerzo), volver a
casa… Si salgo ahora, no vuelvo a casa hasta las 10.30 am. Tres horas, ¡tres!,
de andar por la calle y dentro de lugares, interactuando con el mundo. ¡Horror!
No me siento capaz de hacerlo. Y así es como me quedé en casa.
Me sentí triste, claro. Muy triste. Perdí mis clases de
flauta y piano. Son las clases que más me motivan. Toda la semana apunta a
ellas; todo se trata de trabajar lo más posible con los instrumentos para poder
aprovecharlas al máximo. Si yo tuviera que pagar por la educación que recibo en
el conser, nunca podría pagarla. No podría pagar ni una sola de mis clases:
simplemente no tengo el dinero. Se me da la enorme oportunidad y bendición de
estudiar… y yo estoy acá, sentada en mi futón, a medio vestir, llorando delante
de la tele. ¡Cómo quisiera estar sana, y poder estudiar muchísimo, dedicar un
montón del mucho tiempo que tengo al estudio, y luego ir a clases feliz y
orgullosa de lo que trabajé, y poder aprovecharlas! En vez de eso, mi pequeño,
humilde, quizás patético objetivo es simplemente… estudiar media horita de cada
instrumento por día y, lo más importante, no faltar a clases. Hoy no logré ni
eso, ni siquiera mi pobre y diminuto objetivo. ¡Qué fracasada me siento! ¡Qué
culpable, por haber desperdiciado mis clases!
A la vez… algo cambió en mí. Ya no es como en 2013. Ahora
me comprendo un poco más; ahora sé que no es por vagancia. Sé que esto, esto
que estoy haciendo ahora, esta situación, este miedo, no soy yo; sé que no es
así mi personalidad. Sé que es la depresión y que, mientras yo pueda
reconocerla, tengo chances de ganar.
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