Hoy tuve un día cansador. Logré ir a todas mis clases y
la pasé bien. Por otro lado, tuve dolor de espalda todo el día. Volví con mucho
sueño y la cabeza llena de pensamientos tristes acerca de comentarios que la
gente hace y me hieren. Imaginé conversaciones y ensayé respuestas. Encontré
una buena metáfora. Me fui a bañar y cuando salí dormí 30 minutos, porque no se
podía estudiar nada con el sueño que tenía. Me levanté y decidí empezar por la
flauta, que es lo más ruidoso.
Estaba medianamente predispuesta para el estudio, aunque
un poco preocupada por la hora (20:30). Pero en cuanto quise tocar la primera
frase, toda la predisposición se me fue al carajo.
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I really, really don’t want to be doing this.
Por favor, no quiero.
¿Y cuál es la alternativa? ¿Qué es lo que sí quiero?
Sólo… no hacer esto. No hacer lo que tengo que hacer. No
ir a clases mañana. No enfrentarme a nada ni ver a nadie. Basta, por favor.
Estoy cansada.
Agarro la flauta.
- Mi-fa-sol-la-si…
Viene la escala completa… larga y difícil.
No, no quiero. Basta.
Me invaden las ganas de llorar.
Toco el Re, a modo de final, para escuchar la tónica y
que no me quede la sensación de algo que quedó trunco. Pero no me satisface.
Me duele la espalda. Se me caen las lágrimas mientras
escribo.
Hoy no tengo ganas de pelear la batalla. Ya basta.
¿Cuánto puede aguantar una persona? ¿Qué quieren de mí?
Tampoco quiero levantarme e ir al piano. Lo pienso. Si no
es un instrumento, bien podría ser el otro. Pero no quiero. La sola idea de ir
a sentarme al piano me angustia. Me imagino haciéndolo, estudiando… intentando
una y otra vez algo que no me sale, como fue la vez anterior. La vez anterior
terminó saliendo lo que buscaba… pero el proceso fue frustrante y horrible.
Parece que el recuerdo de que ayer al final me salió no es suficiente zanahoria
como para convencerme de sentarme ahí otra vez.
No quiero tocar nada. Quiero quedarme acá sentada y quieta.
No quiero tocar nada. Quiero quedarme acá sentada y quieta.
Pero más que eso, quiero quedarme sentada y quieta sin
sentirme tan horriblemente culpable. Sin sentir que la culpa me tapa como una colcha
pesada, de esas tejidas super gruesas que sentís que te impiden los
movimientos.
Que alguien me ayude, por favor. Quiero que pare. Quiero
que deje de doler. Que se me vaya esta sensación horrible de querer andar y no
poder, de quedarme quieta y sufrir. Dentro de mi mente, si me muevo, siento
como si me clavaran con agujas, como si fuera una tortura. Si me quedo quieta,
me relajo… pero me ahogo. La culpa y la derrota me sofocan. Ayuda, por favor.
Hagan que pare. Help… Please, help.
Lloro. El Ruludo me oye y viene a verme. “¿Qué le pasa a
mi Snor?”, pregunta con cariño. Pero a mí, aún esta simple y amorosa pregunta
me molesta. Pienso que me molesta que no lo sepa ya: ¿no sabe que estoy
enferma? Pero sé que en realidad, lo que me molesta es mi propia incapacidad de
explicarle lo que me pasa. Siento que es imposible, que él pone todo de su
parte para entender, y yo pongo todo de mi parte para explicar, aún en medio de
mi cansancio y mi angustia, y no se entiende. No se puede entender. Siento que
el blog es al pedo, porque estoy tratando de explicar lo inexplicable.
Me dice:
- Entonces no toque flauta ahora.
- No quiero tocar el piano tampoco.
- ¿Por qué se la agarra ahora también con el piano?
- ¡Porque no quiero tocar nada!
Se va. No entiende. No es que “me la agarre” con nada, y
me da bronca que piense o imagine eso. No “me la agarro” con nada. No estoy
enojada con la flauta y me la agarro con el piano, ni viceversa. Cuando agarro
a golpear las teclas, no estoy enojada con el piano, ni ahora con la flauta.
Justo antes de que él entrara, tenía ganas de agarrar mi flauta y abrazarla
mientras lloraba. Amo a mis instrumentos. Los adoro. Me hace feliz estudiarlos.
Pero sufro tanto estudiándolos… y sé que no es lo normal, que no soy yo. ¡Sé
que no soy yo! Es la depresión. Lo sé… porque en todo este tiempo, de a poquito
voy aprendiendo a diferenciar entre ella y yo. Qué discursos son míos, y cuáles
de ella; qué deseos son los míos, y cuáles de ella; qué rechazos son míos, y
cuáles de ella. Muuuy de a poquito, voy aprendiendo a conocerla, a dejar de
confundirla conmigo. Antes pensaba que todo eso feo era yo.
A ella, básicamente, le disgusta cualquier cosa que a mí
me haga bien; por lógica, le disgustan muchas de las cosas que a mí me gustan.
Ella detesta que yo me levante a la mañana temprano, porque sabe que, cuando
esté tomando mi café en el escritorio y leyendo mi agenda de tareas, voy a
estar contenta e ilusionada con empezar el día, feliz por haberme levantado
temprano y tener todo el día por delante, como una hoja en blanco. Le disgusta
que yo me vista y salga y vaya a clase de Audio, porque sabe que me encanta la
clase; detesta que yo vaya a clase de Educación Vocal, porque sabe que ahí veo
a mis compañeros, a los que estimo. Y no quiere que los vea. Quiere que me
quede en casa y me dice que total a ellos les da lo mismo si voy o no, que
ninguno de mis compañeros me quiere y que si dejo de ir nadie me va a extrañar;
que ellos no me estiman como yo a ellos.
La depresión detesta, ¡aborrece!, que yo vaya a clase de
instrumentos. Cuando estoy ahí, concentra todas sus energías en hacerme sentir
miserable, cada vez que no me sale un ejercicio. La semana pasada me cansó tanto, que casi me voy
a la mitad de la clase. Concentra toda su maldad en estas dos clases porque
sabe, bien lo sabe, que ningún día me voy a casa más motivada y contenta que
los días que tengo las clases de instrumentos. Sabe que voy hecha un trapo y
salgo contenta, con ganas de estudiar y hasta con algo de confianza en mí
misma.
Hoy estoy demasiado cansada para presentarle batalla.
Mientras escribo esto, me vuelve a la cabeza el pensamiento de que algunas
personas de mi entorno me criticarían. Dirían que me estoy “dejando ganar”. El
sólo pensar que alguien podría pensar eso me llena de angustia y de odio. La
gente no tiene ni puta idea de nada. No tienen idea de lo que es este
sufrimiento. Pero sus críticas y sus juicios se unen a la voz de la depresión que
me dice: “Te gané. Tonta, no me ganaste porque no quisiste.”
Pasó el tiempo y no estudié. Y ahora voy a hacer
cualquier actividad recreativa, y tratar de convencerme a mí misma de que no,
no soy una cobarde, no soy una pelotuda, y que no… no es un pecado no ganar
todas las veces.