Yo no cocino. Odio cocinar. No es un rechazo común y
corriente: es Odio, con mayúscula. Cuando intento cocinar de prepo, termino con
un humor de perros. Lo hago con muy mala gana, grandes dosis de puteadas, y
mejor que nadie se me acerque en el proceso. Si me ves cocinando, es sinónimo
de que la estoy pasando mal y estoy de pésimo humor. Están avisados.
Mi alimentación es bastante pobre. Como muy pocas
verduras, casi nada (o nada) de frutas, fideos muy seguido, arroz relativamente
seguido, milanesas de pollo y carne, omelettes con queso, y sobre todo, mucho
mate cocido, café y galletitas varias. Soy adicta a las papas fritas. Antes me
comía un paquete por semana. Ahora, por suerte, estoy comiendo menos.
Tengo un rollo importante con la comida. Si mi novio
cocina, como con muchas ganas. No es que no tenga hambre: sí que tengo. Pero
cuando tengo hambre y él no está, no cocino. Si estoy en modo muy voluntarioso,
hiervo unos fideos y me los como. Si no, hago una taza de mate cocido y la tomo
con galletitas, bizcochitos de grasa, madalenas… lo que haya. O café,
últimamente tomo cada vez más café, porque siempre tengo sueño (mágicamente
cuando quiero estudiar me viene un sueño bárbaro, es como un embotamiento, un
estado de no poder ni estar alerta, ni quedarse del todo dormida).
Vivo con mi novio, que labura varias horas… y tampoco es
Master en Alimentación. Su propia dieta es bastante pobre, muy poco variada,
pero hace lo que puede para que yo coma. Esto incluye hacer todas las compras
de la casa y además cocinar por la noche para que al menos una vez al día yo
coma algo de comida.
Esta situación me hace sentir re culpable. Me encantaría
poder bastarme yo solita, que cuando él venga le pueda contar la rica comida
saludable que comí al mediodía. Algunas veces sucede el milagro: de pronto hay
un día en que la idea de cocinar no me da asco, agarro y hago aunque sea un
arroz con cebollita y morrón, una milanesa al horno… algo. Cuando pasa eso, no
espero a que vuelva él: saco la foto y se la mando, muy orgullosa, por whatsapp
=) Él se pone contento porque sabe cuánto me cuesta cocinar.
Pero la mayoría de las veces no pasa. De pronto siento
hambre… y ni bien pienso en cocinar, se me escapa un gesto de cansancio y
bronca. La mera idea de entrar en la cocina me repugna. Siento que me agarra
una cosa fea en el pecho de sólo pensar en hacer comida. Aún así, intento
pensar… ¿Qué podría hacer? ¿Qué tengo ganas de comer? No se me ocurre nada.
Algo salado… pero no sé bien qué. Repaso mentalmente todo lo que hay disponible
en la casa para hacer: fideos, arroz, milanesas… Ninguno me resulta apetecible,
y menos aún la idea de tener que prepararlos. Me distraigo con otra cosa, con
la esperanza boluda de que a lo mejor, al terminar eso, mágicamente se me haya
ido la pelotudez y el rechazo por la cocina. Y no, claro que no: cuando terminé
de investigar en la compu quién carajo es el guitarrista en el segundo álbum en
vivo de Zemfira (una inquietud muy urgente), todo lo que conseguí es: tener aún
MÁS hambre, más fastidio por la urgencia de preparar algo, y encima no sé quién
carajo es el guitarrista porque la Wikipedia en ruso no dice una goma. Carajo!
Pongo la pava y me preparo una taza de mate cocido, que
me tomo luego con bizcochitos de grasa. Mi estómago se calma, pero yo no. Sigo
sintiéndome una pelotuda. Me siento culpable, además, porque parece que si mi
novio no me cocina, no como. Mi novio, viste, el mismo que labura y hace las
compras y lava los platos sin decir ni mu cuando vuelve de trabajar y yo no los
lavé en todo el día, porque estuve en Facebook o en Wikipedia o en Google o en
porongafrita.com. Qué mierda que soy. El pobre pibe labura, compra, cocina… y
yo no hago nada. Bah, estudio, se supone… y soy ama de casa, se supone. Todo se
supone. Nada es.
A veces a la noche él no tiene ganas de cocinar, o cuelga
en la computadora, como debería ser lo normal para una persona que labura
afuera. Y yo, en la pieza, tengo hambre y lloro. Por dentro o por fuera. Porque
entre lo culpable que me siento, a veces no encuentro la forma simpática de
decirle “Tengo hambre. ¿Me hacés de comer?”. No hay voz dulce, elogios o “gracias,
muy rico” suficientes: es un abuso, sigue siendo un abuso, un
me-das-la-mano-y-te-agarro-del-codo. No quiero pedirle comida. Cuando se
acuerde solo, cuando él tenga ganas de cocinar, comeré. Hace tanto por mí, sin
quejarse, que hay días en que me siento incapaz de contarle mis necesidades.
¿Cómo explicarle que a veces todo eso no es suficiente? Me da bronca. Me siento
mal. Siento que no es responsabilidad de otros alimentarme. Soy adulta y, ya
que me bancan económicamente, siento que debería ocuparme yo misma de mi propia
alimentación. Pero no puedo. Tengo un rollo con la comida, algo que hace que no
pueda lograr esto que es un objetivo desde hace rato. Si mal no recuerdo,
alguna vez con mi psicóloga hablamos sobre eso, pero ya no me acuerdo un corno.
Pienso. Relaciono. La comida es algo que nutre, es una forma de cuidarse. Si
uno se odia… hmmm. ¿Será que no comer es como morirse un poquito? Ahora que lo
pienso, tampoco tomo agua.
Él nunca se queja. Creo que se acostumbró a esto en los
días cuando yo estaba tan enferma que a veces tenía que ayudarme a desvestirme
y meterme en la ducha. Se iba y volvía al rato para ver cómo andaba, y me
encontraba sentada en el piso de la ducha, llorando. Cuando lograba bañarme y
salir, él me secaba. No recuerdo muy claro aquella época, es medio borrosa. Pero
pienso que tal vez por eso no se queja. Vuelve a casa cansado y encuentra los
platos sucios y la casa sucia; me pregunta qué almorcé y le digo que fideos con
queso crema, o mate cocido, o café con galletitas. Pone cara de desaprobación. Pero
no se queja. Al menos no estoy llorando, al menos no me encuentra tirada en la
cama con la mirada perdida aunque sea sin llorar, o jugando videojuegos. Es
más, hasta le cuento que pude tocar 30 min el piano y lavar una tandita de
ropa. Se lo cuento con una sonrisa enorme, voz aguda y moviendo el rabo como un
perrito que espera una galleta de premio. Él se pone contento.
Hace ya dos o tres años que hablamos de mejorar nuestra
dieta. La de los dos. Pero hasta ahora nunca lo logramos. Tenemos por ahí meses
de éxito, aislados. Pero el caso es que para poder comer bien… hay que cocinar.
Y yo no cocino, nunca. Porque la sola idea de cocinar me inspira un rechazo
tremendo. La sola idea me angustia. A veces pienso que soy una vaga de mierda.
Otros, me acuerdo de que tengo depresión y que puede que eso tenga algo que
ver.
Quiero que alguien venga y me traiga una tarta de
espinaca con ricota y me diga: “Después de comer, ¿dale que tomábamos un café,
ponemos música y ordenamos el comedor?”. También quiero no necesitar eso y
poder hacerlo yo sola. Poder mantenerme bien alimentada yo solita y sin ayuda.
No quiero ser MasterChef ni cocinar hasta la salsa desde cero: quiero irme a
dormir todos los días con la satisfacción de que hoy me alimenté bien.
Pero usted cocina rico arroz =P Y ese lo aprendí gracias a usted =)
ResponderEliminarHermooosho ushteeed!! <3 =)
Eliminar