Tengo 26 años y estudio música. Tengo depresión y a veces me preguntan cómo es eso. Acá planeo escribir sobre cómo es mi vida de estudiante, y compartir artículos que encuentre interesantes, para darles una idea de cómo es =)

sábado, 22 de agosto de 2015

Mi temita con la comida

Yo no cocino. Odio cocinar. No es un rechazo común y corriente: es Odio, con mayúscula. Cuando intento cocinar de prepo, termino con un humor de perros. Lo hago con muy mala gana, grandes dosis de puteadas, y mejor que nadie se me acerque en el proceso. Si me ves cocinando, es sinónimo de que la estoy pasando mal y estoy de pésimo humor. Están avisados.

Mi alimentación es bastante pobre. Como muy pocas verduras, casi nada (o nada) de frutas, fideos muy seguido, arroz relativamente seguido, milanesas de pollo y carne, omelettes con queso, y sobre todo, mucho mate cocido, café y galletitas varias. Soy adicta a las papas fritas. Antes me comía un paquete por semana. Ahora, por suerte, estoy comiendo menos.

Tengo un rollo importante con la comida. Si mi novio cocina, como con muchas ganas. No es que no tenga hambre: sí que tengo. Pero cuando tengo hambre y él no está, no cocino. Si estoy en modo muy voluntarioso, hiervo unos fideos y me los como. Si no, hago una taza de mate cocido y la tomo con galletitas, bizcochitos de grasa, madalenas… lo que haya. O café, últimamente tomo cada vez más café, porque siempre tengo sueño (mágicamente cuando quiero estudiar me viene un sueño bárbaro, es como un embotamiento, un estado de no poder ni estar alerta, ni quedarse del todo dormida).

Vivo con mi novio, que labura varias horas… y tampoco es Master en Alimentación. Su propia dieta es bastante pobre, muy poco variada, pero hace lo que puede para que yo coma. Esto incluye hacer todas las compras de la casa y además cocinar por la noche para que al menos una vez al día yo coma algo de comida.

Esta situación me hace sentir re culpable. Me encantaría poder bastarme yo solita, que cuando él venga le pueda contar la rica comida saludable que comí al mediodía. Algunas veces sucede el milagro: de pronto hay un día en que la idea de cocinar no me da asco, agarro y hago aunque sea un arroz con cebollita y morrón, una milanesa al horno… algo. Cuando pasa eso, no espero a que vuelva él: saco la foto y se la mando, muy orgullosa, por whatsapp =) Él se pone contento porque sabe cuánto me cuesta cocinar.

Pero la mayoría de las veces no pasa. De pronto siento hambre… y ni bien pienso en cocinar, se me escapa un gesto de cansancio y bronca. La mera idea de entrar en la cocina me repugna. Siento que me agarra una cosa fea en el pecho de sólo pensar en hacer comida. Aún así, intento pensar… ¿Qué podría hacer? ¿Qué tengo ganas de comer? No se me ocurre nada. Algo salado… pero no sé bien qué. Repaso mentalmente todo lo que hay disponible en la casa para hacer: fideos, arroz, milanesas… Ninguno me resulta apetecible, y menos aún la idea de tener que prepararlos. Me distraigo con otra cosa, con la esperanza boluda de que a lo mejor, al terminar eso, mágicamente se me haya ido la pelotudez y el rechazo por la cocina. Y no, claro que no: cuando terminé de investigar en la compu quién carajo es el guitarrista en el segundo álbum en vivo de Zemfira (una inquietud muy urgente), todo lo que conseguí es: tener aún MÁS hambre, más fastidio por la urgencia de preparar algo, y encima no sé quién carajo es el guitarrista porque la Wikipedia en ruso no dice una goma. Carajo!

Me angustio. Lloro, a veces visiblemente y con lágrimas, y otras por dentro, sin que se me mojen siquiera los ojos. Pienso en que cualquier persona normal iría a cocinarse algo y punto… pero yo estoy acá, sentada agarrándome las piernas y sufriendo, en parte por el hambre, en parte por la falta de voluntad, en parte porque me siento una pelotuda de niveles astronómicos… Podría ir a hacerme unos fideos. Eso no es tan difícil, razono. Pero estoy TAN cansada de comer fideos! Almorcé fideos ayer, y anteayer también…

Pongo la pava y me preparo una taza de mate cocido, que me tomo luego con bizcochitos de grasa. Mi estómago se calma, pero yo no. Sigo sintiéndome una pelotuda. Me siento culpable, además, porque parece que si mi novio no me cocina, no como. Mi novio, viste, el mismo que labura y hace las compras y lava los platos sin decir ni mu cuando vuelve de trabajar y yo no los lavé en todo el día, porque estuve en Facebook o en Wikipedia o en Google o en porongafrita.com. Qué mierda que soy. El pobre pibe labura, compra, cocina… y yo no hago nada. Bah, estudio, se supone… y soy ama de casa, se supone. Todo se supone. Nada es.

A veces a la noche él no tiene ganas de cocinar, o cuelga en la computadora, como debería ser lo normal para una persona que labura afuera. Y yo, en la pieza, tengo hambre y lloro. Por dentro o por fuera. Porque entre lo culpable que me siento, a veces no encuentro la forma simpática de decirle “Tengo hambre. ¿Me hacés de comer?”. No hay voz dulce, elogios o “gracias, muy rico” suficientes: es un abuso, sigue siendo un abuso, un me-das-la-mano-y-te-agarro-del-codo. No quiero pedirle comida. Cuando se acuerde solo, cuando él tenga ganas de cocinar, comeré. Hace tanto por mí, sin quejarse, que hay días en que me siento incapaz de contarle mis necesidades. ¿Cómo explicarle que a veces todo eso no es suficiente? Me da bronca. Me siento mal. Siento que no es responsabilidad de otros alimentarme. Soy adulta y, ya que me bancan económicamente, siento que debería ocuparme yo misma de mi propia alimentación. Pero no puedo. Tengo un rollo con la comida, algo que hace que no pueda lograr esto que es un objetivo desde hace rato. Si mal no recuerdo, alguna vez con mi psicóloga hablamos sobre eso, pero ya no me acuerdo un corno. Pienso. Relaciono. La comida es algo que nutre, es una forma de cuidarse. Si uno se odia… hmmm. ¿Será que no comer es como morirse un poquito? Ahora que lo pienso, tampoco tomo agua.

Él nunca se queja. Creo que se acostumbró a esto en los días cuando yo estaba tan enferma que a veces tenía que ayudarme a desvestirme y meterme en la ducha. Se iba y volvía al rato para ver cómo andaba, y me encontraba sentada en el piso de la ducha, llorando. Cuando lograba bañarme y salir, él me secaba. No recuerdo muy claro aquella época, es medio borrosa. Pero pienso que tal vez por eso no se queja. Vuelve a casa cansado y encuentra los platos sucios y la casa sucia; me pregunta qué almorcé y le digo que fideos con queso crema, o mate cocido, o café con galletitas. Pone cara de desaprobación. Pero no se queja. Al menos no estoy llorando, al menos no me encuentra tirada en la cama con la mirada perdida aunque sea sin llorar, o jugando videojuegos. Es más, hasta le cuento que pude tocar 30 min el piano y lavar una tandita de ropa. Se lo cuento con una sonrisa enorme, voz aguda y moviendo el rabo como un perrito que espera una galleta de premio. Él se pone contento.

Hace ya dos o tres años que hablamos de mejorar nuestra dieta. La de los dos. Pero hasta ahora nunca lo logramos. Tenemos por ahí meses de éxito, aislados. Pero el caso es que para poder comer bien… hay que cocinar. Y yo no cocino, nunca. Porque la sola idea de cocinar me inspira un rechazo tremendo. La sola idea me angustia. A veces pienso que soy una vaga de mierda. Otros, me acuerdo de que tengo depresión y que puede que eso tenga algo que ver.

Quiero que alguien venga y me traiga una tarta de espinaca con ricota y me diga: “Después de comer, ¿dale que tomábamos un café, ponemos música y ordenamos el comedor?”. También quiero no necesitar eso y poder hacerlo yo sola. Poder mantenerme bien alimentada yo solita y sin ayuda. No quiero ser MasterChef ni cocinar hasta la salsa desde cero: quiero irme a dormir todos los días con la satisfacción de que hoy me alimenté bien.


2 comentarios: