Intento con las escalas y los arpegios y no hay forma de
que salgan. Cada vez que la nota no sale, siento como un perro al que se le da
un golpe para que no haga más algo. Refuerzo negativo. Así se siente. En vez de
ver el error como algo útil para poder avanzar, lo siento como un castigo. No
me dan ganas de volver a intentarlo, pero me obligo a intentarlo una y otra
vez, hasta que me canso de los castigos. Entonces me tiro en la cama.
- No hay caso. No va a salir. Es inútil que lo intentes.
- Si sigo estudiando, tarde o temprano va a salir.
- Mentira. ¿Cuánto hace que estás con esta unidad?
- Mentira. ¿Cuánto hace que estás con esta unidad?
- Justo hoy el profe me dijo que a los otros alumnos
también les costaba esto mismo, y que si seguía dedicándole tiempo de estudio,
sí o sí iba a salir tarde o temprano.
- Sí, claro… Eso aplica para los otros alumnos, los
normales. Vos no podés: sos perezosa, no te gusta trabajar. Por eso nunca
llegaste a nada en la vida.
- No soy perezosa. Estoy enferma. Eso es todo.
- Es al pedo. Mirate: tenés 26 años. Las carreras de
música duran 10 o más.
- No importa.
- Sí que importa: imaginate si hubieras empezado a
estudiar en la secundaria. O antes, como tu compañera. ¿Dónde estarías ahora?
Perdiste el tiempo. Perdiste 15 años de tu vida.
- …
- Hace calorcito acá en la cama. Ahí hay una mantita.
Tenés sueño, ¿no?
- …
- …
Siento que sí, tengo sueño, la verdad. Siento que me
falta un poco el aire… mi cuerpo no se siente dispuesto para tocar la flauta.
Pienso en estar parada y leyendo la partitura, en contraste con la comodidad
que siento ahora en la cama. No, no me siento bien…
Me levanto y sigo estudiando. Esta vez agarro los ejercicios de la página anterior, que son sin ligar. Me concentro y entre el esfuerzo de leer y tocar, ya no siento sueño y me olvido de los dolores. Las notas salen, la mayoría de las veces.
Me levanto y sigo estudiando. Esta vez agarro los ejercicios de la página anterior, que son sin ligar. Me concentro y entre el esfuerzo de leer y tocar, ya no siento sueño y me olvido de los dolores. Las notas salen, la mayoría de las veces.
- ¡Qué feas suenan! Es un vómito escucharte. Son
estridentes y feas.
- …
- Mejor cortalas, no hagas notas largas, así no tenés que
escuchar ese sonido tan feo.
Corto las notas, porque no soporto escucharlas. Siempre
que las toque yo, suenan feas. Entonces no practico notas largas. La mitad de
las veces, el aire no me da para hacerlas. Las otras, las corto adrede para no
tener que soportar la tortura de escucharme.
Aclaro que no, no soy Gollum: no escucho voces en mi
cabeza, no de la forma tan definida que estoy escribiendo. Más bien son
sucesiones de pensamientos. Pero sí: es como tener un monólogo interno bastante
malvado, dispuesto a criticar con saña cualquier cosa que yo haga, y que se
esfuerza al máximo para absorberme todo asomo de motivación, de voluntad, de
cariño o respeto por mí misma. (Al escribir “respeto por mí misma”, siento por
un segundo que estoy siendo soberbia, engreída. Como si el respeto propio fuese
demasiado para mí, como si no lo mereciera, como si no odiarme equivaliera
directamente a ser egocéntrica y agrandada. Me doy cuenta de que es la voz de
la depresión hablando, y le digo que se vaya al carajo y escribo: “respeto por
mí misma”. Tomá, forra.)
Quitando lo mal que toco, estos ejercicios no salen tan
mal. Por lo menos las notas salen. Cada tanto se cae alguna, pero ya no como
antes. Hasta salen el Si y Do agudos. Esto me sorprende gratamente. Me pongo
contenta. Mi expresión cambia, de cara de culo a una cara más normal. Casi
siento una pizca de optimismo en mis ojos.
Pasó la media hora. En el día de hoy estudié media hora
de flauta. Mi objetivo está cumplido. Estoy cansada, pero satisfecha.
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